Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Lunes, 11 de febrero


Anduvo esta noche doce millas por hora a su camino, y así en toda ella contó treinta y nueve leguas, y en todo el día corrió diez y seis leguas y media. Vido muchas aves, de donde creyó estar cerca de tierra.





Martes, 12 de febrero



Navegó al Leste seis millas por hora esta noche, y andaría hasta setenta y tres millas, que son dieciocho leguas y un cuarto Aquí comenzó a tener grande mar y tormenta; y si no fuera la carabela diz que muy buena y bien aderezada, temiera perderse. El día correría once o doce leguas, con mucho trabajo y peligro.





Miércoles, 13 de febrero



Después del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta y tormenta; relampagueó hacia el Nornordeste tres veces; dijo ser señal de gran tempestad que había de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol seco lo más de la noche, después dio una poca de vela y andaría 52 millas, que son trece leguas. En este día blandeó un poco el viento, pero luego creció y la mar se hizo terrible, y cruzaban las olas que atormentaban los navíos. Andaría 55 millas, que son trece leguas y media.





Jueves, 14 de febrero



Esta noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de entremedias de ellas y quebraban en él; llevaba el papahígo muy bajo, para que solamente lo sacase algo de las ondas; andaría así tres horas y correría veinte millas. Crecía mucho la mar y el viento; y viendo el peligro grande, comenzó a correr a popa donde el viento le llevase, porque no había otro remedio. Entonces comenzó a correr también la carabela Pinta en que iba Martín Alonso, y desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le respondía, hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la tormenta y porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo el Almirante esta noche al Nordeste cuarta del Leste cincuenta y cuatro millas, que son trece leguas. Salido el sol, fue mayor el viento y la mar cruzando más terrible; que llevaba el papahígo solo y bajo, para que el navío saliese de entre las ondas que cruzaban, porque no lo hundiesen. Andaba el camino del Lesnordeste y después a la cuarta hasta el Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete leguas y media. Él ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer tantos garbanzos cuantas personas en el navío tenían y señalar uno con un cuchillo, haciendo una cruz, y metellos en un bonete bien revueltos. El primero que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz; y así cayo sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a cumplir el voto. Echóse otra vez la suerte para enviar romero a Santa María de Loreto, que está en la marca de Ancona, tierra del Papa, que es casa donde Nuestra Señora ha hecho y hace muchos y grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero del Puerto de Santa María que se llamaba Pedro de Villa, y el almirante le prometió de le dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para lo cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la suerte al mismo Almirante. Después de esto el Almirante y toda la gente hicieron voto de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer oración en una Iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora. Allende los votos generales o comunes, cada uno hacia en especial su voto, porque ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible tormenta que padecían. Ayudaba a acrecentar el peligro que venía el navío con falta de lastre, por haberse alivianado la carga, siendo ya comidos los bastimentos y el agua y vino bebido, lo cual, por cudicia del próspero tiempo que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo mandar lastrar en la isla de las Mujeres, adonde lleva(ba) propósito de ir. El remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron, henchir las pilas que tenían, vacías de agua y vino, de agua de la mar, y con esto en ella se remediaron. Escribe aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le daban esperanza de que Dios lo había de llevar en salvamento para que tales nuevas como llevaba a los Reyes no pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había dicho y proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo conseguir, y que cada mosquito diz que le podía perturbar e impedir. Atribúyelo esto a su poca fe y desfallecimiento de confianza de la Providencia divina. Confortábale, por otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en dalle tanta victoria, descubriendo lo que descubierto había y cumplídole Dios todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla en sus despachos muchas adversidades y contrariedades. Y que como antes hubiese puesto su fin y enderezado todo su negocio a Dios y le había oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer que le daría cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en Salvamento; mayormente que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los trabajos que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver, y alzarse contra él, haciendo prestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos y otras cosas de mucha maravilla que Dios había mostrado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que sus Altezas sabían de las personas de su casa. Así que dice que no debiera temer la dicha tormenta; mas su flaqueza y congoja, dice él, "no me dejaba asensar la anima". Dice más, que también le daba gran pena dos hijos que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les había en aquel viaje hecho y nuevas tan prósperas que les llevaba para que se moviesen a los remediar. Por eso y porque supiesen sus Altezas cómo Nuestro Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba de las Indias y supiesen que ninguna tormenta había en aquellas partes, lo cual dice que se puede cognoscer por la hierba y árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la mar, los Reyes hubiesen noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que le llevase a los reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese que era, sino que pensaron todos que era alguna devoción, y así lo mandó echar en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al Cueste y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco horas con la mar muy desconcertada, y andaría dos leguas y media al Nordeste. Había quitado el papahigo de la vela mayor, por miedo que alguna onda de la mar no se lo llevase del todo.





Viernes, 15 de febrero



Ayer, después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el cielo de la banda del Oueste, y mostraba que quería de hacia allí ventar. Dio la boneta a la vela mayor; todavía la mar era altísima, aunque iba algo bajándose. Anduvo al Lesnordeste cuatro millas por hora, y en trece horas de noche fueron trece leguas. Después del sol salido, vieron tierra; parecíales por proa al Lesnordeste; algunos decían que era la isla de la Madera, otros que era la Roca de Cintra en Portugal, junto a Lisboa. Saltó luego el viento por proa Lesnordeste, y la mar venía muy alta al Oueste; habría de la carabela a la tierra cinco leguas. El Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas de los Azores, y creía que aquella era una de ellas. Los pilotos y marineros se hallaban ya en tierra de Castilla.





Sábado, 16 de febrero



Toda esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la tierra que ya se conocía ser isla. A veces iba al Nordeste, otras al Nornordeste, hasta que salió el sol, que tomó la vuelta del Sur por llegar a la isla que ya no vían por la gran cerrazón, y vido por popa otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol salido hasta la noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el mucho viento y mar que llevaba. Al decir de la Salve, que es a boca de noche, algunos vieron lumbre de sotavento y parecía que debía ser la isla que vieron ayer primero, y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más que podía para ver si al salir del sol veía alguna de las islas. Esta noche reposó el Almirante algo, porque desde el miércoles no había dormido ni podido dormir y quedaba muy tullido de las piernas por estar siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer. El sol salido, navegó al Sursudueste y a la noche llegó a la isla, y por la gran cerrazón no pudo conocer qué isla era.